Feudalismo amistoso: el mito de Tibet
Michael Parenti.
(http://www.michaelparenti.org)

Traducido para Rebelión por Germán Leyens


A través de los tiempos ha prevalecido una angustiosa simbiosis
entre la religión y la violencia. Las historias del cristianismo, del
judaísmo, del hinduismo y del Islam están fuertemente entrelazadas
con vendettas intestinas, inquisiciones y guerras. Una y otra vez, los
religionistas han pretendido tener un mandato divino para aterrorizar
y masacrar a herejes, infieles y otros pecadores.
Hay quien ha argumentado que el budismo es diferente, que aparece
en marcado contraste con la violencia crónica de otras religiones.
Por cierto, tal como es practicado en Estados Unidos, el budismo es
más una disciplina “espiritual” y psicológica que una teología en el
sentido usual. Ofrece técnicas meditativas y auto-tratamientos que
dicen aumentan la “iluminación” y la armonía interior. Pero como
todo otro sistema de creencia, el budismo debe ser juzgado no sólo
por sus enseñanzas sino por la conducta real de sus adalides.

¿Excepcionalismo budista?

Una mirada a la historia revela que las organizaciones budistas no han estado libres delas actividades violentas tan características de los grupos religiosos a través de los tiempos. En Tibet, desde principios del siglo XVII hasta bien comenzado el XVIII,
sectas budistas en competencia emprendieron hostilidades armadas y ejecuciones
sumarias.(1) En el siglo XX, de Tailandia a Birmania a Corea y Japón, los budistas han
chocado los unos contra los otros y contra no-budistas. En Sri Lanka, inmensas
batallas en nombre del budismo forman parte de la historia cingalesa.(2)
Hace sólo unos pocos años en Corea del Sur, miles de monjes del orden budista
Chogye – supuestamente devoto de una búsqueda meditativa de iluminación espiritual
– se combatieron con puños, piedras, bombas de fuego, y garrotes, en violentas
batallas que duraron semanas. Rivalizaban por el control del orden, el mayor de Corea
del Sur, con su presupuesto anual de 9,2 millones de dólares, sus millones de dólares
adicionales en propiedades, y el privilegio de nombrar a 1.700 monjes en diferentes
puestos. Las reyertas destruyeron parcialmente los principales santuarios budistas y dejaron a docenas de monjes heridos, algunos seriamente. Las dos facciones en disputa
presumían de apoyo público. En realidad parece que los ciudadanos coreanos
desdeñaban a ambos lados, considerando que no importa qué camarilla de monjes
tomara control del orden, utilizaría los donativos de los fieles para acumular riquezas,incluyendo casas y automóviles caros. Según una fuente noticiosa, la reyerta dentro del orden budista Chogye (transmitida en gran parte por la televisión coreana) “arruinó la
imagen de la Iluminación Budista”.(3)
Sin embargo, muchos budistas actuales en EE.UU. argumentarían que nada de esto
tiene que ver con el Dalai Lama y con el Tibet que él presidió antes de la ofensiva
china en 1959. El Tibet del Dalai Lama, creen, era un reino orientado hacia la
espiritualidad, libre de formas de vida egoístas, de un materialismo vacío, de esfuerzos estériles, y de vicios corruptores que afectan a la sociedad industrializada moderna.

Los medios noticiosos occidentales, y un montón de libros de viajes, novelas y
películas de Hollywood han descrito la teocracia tibetana como un verdadero Shangri-
La y al Dalai Lama como un sabio santo, “el mejor ser humano viviente”, como
barbotó efusivamente el actor Richard Gere.

El propio Dalai Lama apoyó esa imagen idealizada del Tibet con declaraciones como:
“La civilización del Tibet tiene una larga y rica historia. La influencia omnipresente
del budismo y los rigores de la vida en los amplios espacios abiertos de un entorno que
conserva su belleza natural resultó en una sociedad dedicada a la paz y la armonía.
Gozábamos de libertad y satisfacción.” (5) En realidad, la historia del Tibet es un poco
distinta. En el siglo XIII, el emperador Kublai Khan creó al primer Gran Lama, que
debía presidir sobre los otros lamas como un Papa lo haría sobre sus obispos. Varios
siglos más tarde, el emperador de China envió un ejército a Tibet para apoyar al Gran
Lama, un ambicioso hombre de 25 años, que luego se dio el título de Dalai (Océano)
Lama, gobernante de todo Tibet. Es una buena ironía histórica: el primer Dalai Lama
fue instalado por un ejército chino.
Para elevar su autoridad más allá de todo desafío mundano, el primer Dalai Lama se
apoderó de monasterios que no pertenecían a su secta y se cree que destruyó escrituras
budistas que estaban en conflicto con su pretensión de divinidad. (6) El Dalai Lama
que le sucedió, se dedicó a una vida sibarítica, disfrutando de numerosas amantes,
celebrando con amigos, escribiendo poesía erótica y actuando de otras maneras que
podrían parecer inapropiadas para una deidad encarnada. Por ese motivo fue
“desaparecido” por los sacerdotes. En 170 años, a pesar de sus estatus reconocidos
como dioses, cinco Dalai Lamas fueron asesinados por sus sumos sacerdotes u otros
cortesanos budistas no-violentos. (7)

Shangri-La (para nobles y Lamas)
Las religiones han tenido una estrecha relación no sólo con la violencia sino también con la explotación económica. Por cierto, es a menudo la explotación económica la que necesita la violencia. Así fue con la teocracia tibetana. Hasta 1959, cuando el Dalai Lama presidió por última vez Tibet, la mayor parte de la tierra arable seguía
organizada en propiedades señoriales religiosas o laicas, trabajadas por siervos. Incluso un escritor como Pradyumna Karan, simpatizante del antiguo orden, admite que “una gran parte de los bienes raíces pertenecía a los monasterios, y la mayoría de estos amasó inmensas fortunas... Además, monjes individuales y lamas pudieron acumular
grandes riquezas mediante su participación activa en el comercio, los negocios y los
préstamos de dinero.” (8) El monasterio Drepung fue uno de los principales
terratenientes del mundo, con sus 185 feudos, 25.000 siervos, 300 grandes pastizales y 16.000 vaqueros. La riqueza de los monasterios beneficiaba a los lamas de rango superior, muchos de los cuales eran vástagos de familias aristocráticas, mientras que la mayoría del clero inferior era tan pobre como la clase campesina de la que provenía.

Esta desigualdad económica, determinada por la clase, dentro del clero tibetano, era
muy parecida a la del clero cristiano en Europa medieval.

Junto con el clero superior, se beneficiaron los dirigentes laicos. Un ejemplo notable
fue el comandante en jefe del ejército tibetano, que poseía 4.000 kilómetros cuadrados de tierra y 3.500 siervos. También era miembro del gabinete laico del Dalai Lama. El antiguo Tibet ha sido falseado por algunos de sus admiradores occidentales como
“una nación que no necesitaba una fuerza policial porque su población respetaba
voluntariamente las leyes del Karma.”(10) En realidad, tenía un ejército profesional,
aunque pequeño, que servía de gendarmería para que los terratenientes mantuvieran el
orden y capturaran a los siervos escapados.

A menudo arrebataban a jóvenes muchachos tibetanos a sus familias y los llevaban a
los monasterios para que fueran preparados para ser monjes. Una vez que se
encontraban allí, quedaban obligados de por vida. Un monje, Tashì-Tsering, informa
que era práctica común en los monasterios que los niños campesinos sufrieran abusos
sexuales. El mismo fue víctima de repetidas violaciones cuando niño al poco tiempo de
ser llevado al monasterio a los nueve años.(12) Las propiedades monásticas también
reclutaban a niños campesinos para la servidumbre de por vida como empleados
domésticos, danzarines y soldados.
En el antiguo Tibet había pequeñas cantidades de agricultores que sobrevivían como una especie de campesinos libres, y tal vez unas 10.000 personas que formaban la
“clase media”, familias de comerciantes, mercaderes y pequeños negociantes. Miles
de ellos eran mendigos. Una pequeña minoría se componía de esclavos, generalmente
sirvientes domésticos, que no poseían nada. Sus descendientes nacían como esclavos.
(13)
En 1953, la mayor parte de la población rural – unos 700.000 de una población total
estimada en 1.250.000 – se componía de siervos. Atados a la tierra, recibían sólo una
pequeña parcela para cultivar su propio alimento. Generalmente los siervos y otros
campesinos no recibían educación ni atención sanitaria. Pasaban la mayor parte de su
tiempo trabajando para los monasterios y para lamas individuales de alto rango, o para
una aristocracia laica que no contaba más de 200 familias. En efecto, eran de
propiedad de sus amos que les decían qué cultivar y qué animales criar. No podían
casarse sin el consentimiento de su señor o lama. Un siervo podía ser fácilmente
separado de su familia si el propietario lo enviaba a trabajar a un sitio distante. Los
siervos podían ser vendidos por sus amos, o sometidos a tortura y muerte.(14)
Un señor tibetano escogía a menudo sus mujeres de entre la población de siervos, si
nos basamos en una mujer de 22 años, que era una sierva escapada: “Todas las
muchachas siervas hermosas eran usualmente tomadas por el propietario para ser
sirvientas en la casa y utilizadas a su gusto por el amo”. “No eran otra cosa que
esclavas sin derechos”. (15) Los siervos necesitaban permiso para ir a cualquier sitio.
Los terratenientes tenían autoridad legal para capturar y recuperar por la fuerza a los
que trataban de huir. Un siervo escapado de 24 años, entrevistado por Anna Louise
Strong, saludó la intervención china como una “liberación”. Mientras fue siervo,
afirmó, no era muy diferente de un animal de tiro, sometido a un trabajo incesante, al
hambre y al frío, sin poder leer o escribir, y sin saber nada de nada. Relata sus intentos
de escapar:
“La primera vez [los hombres del terrateniente] me sorprendieron cuando huía. Yo era muy pequeño y sólo me esposaron y me insultaron. La segunda vez me golpearon. A la
tercera vez ya tenía quince años y me dieron cincuenta fuertes latigazos; dos de ellos se
me sentaron encima, uno sobre mi cabeza y el otro sobre mis pies. Me salió sangre por
la nariz y la boca. El supervisor dijo: “Esto es sólo sangre de la nariz; agarren palos
más pesados y sáquenle algo de sangre del cerebro”. Entonces me golpearon con palos
más pesados y me echaron alcohol y agua con soda cáustica en las heridas para que
dolieran más. Me desmayé durante dos horas.” (16)
Además de sufrir una servidumbre vitalicia trabajando sin pago la tierra del señor – o
la tierra del monasterio – obligaban a los siervos a reparar las casas del amo,
transportar sus cosechas, recoger leña para su fuego. También debían suministrar
animales de carga y transporte cuando se les exigía. “Era un sistema eficiente de
explotación económica que garantizaba a las elites religiosa y laica una mano de obra
permanente y segura para cultivar sus posesiones sin carga ni responsabilidad diaria por la subsistencia del siervo ni la necesidad de competir por mano de obra en el
contexto de un mercado”.(17)
La gente en general trabajaba bajo los lastres combinados de la corvée (trabajo
obligatorio sin pago por el señor) y onerosos diezmos. Pagaban impuestos por casarse, por el nacimiento de cada hijo y por cada muerte en la familia. Pagaban impuestos por plantar un nuevo árbol en su patio, por mantener animales domésticos o de corral, por poseer una maceta con flores o por colocar un cencerro sobre un animal. Había impuestos para los festivales religiosos, por cantar, bailar, tocar el tambor y tocar la campana. La gente pagaba impuestos por ir a prisión y por su liberación. Incluso los
mendigos pagaban impuestos. Los que no podían encontrar trabajo pagaban impuestos
por no tenerlo, y si viajaban a otra aldea en busca de trabajo, pagaban un impuesto por
derecho de tránsito. Cuando la gente no podía pagar, los monasterios le prestaba el
dinero con un interés de entre un 20 y un 50 por ciento. Algunas deudas eran pasadas
del padre al hijo, al nieto. Los deudores que no podían pagar sus compromisos podían
ser esclavizados durante todo el tiempo exigido por el monasterio, algunas veces por el resto de sus vidas.(18)

Las enseñanzas religiosas de la teocracia sustentaban este orden clasista. A los pobres
y afligidos se les enseñaba que ellos mismos habían provocado sus problemas por su
comportamiento insensato y malvado en sus vidas anteriores. Por lo tanto, debían
aceptar la miseria de su existencia actual como expiación y anticipación de que su
suerte mejoraría al renacer. Desde luego, los ricos y poderosos trataban su buena suerte como una recompensa y como una evidencia tangible de virtud en vidas pasadas y
presentes.

Tortura y mutilación en Shangri-La
En el Tibet del Dalai Lama, la tortura y la mutilación – incluyendo la arrancadura de
ojos o de la lengua, el corte de tendones en las piernas, y la amputación de
extremidades – eran castigos preferidos infligidos a ladrones, a siervos escapados y a otros “criminales”. Al viajar por Tibet en los años 60, Stuart y Roma Gelder
entrevistaron a un antiguo siervo, Tsereh Wang Tuei, que había robado dos ovejas de
propiedad de un monasterio. Por eso le arrancaron sus dos ojos y le mutilaron la mano,inutilizándola. Explica que ya no es budista. “Cuando un santo lama les dijo que me cegaran pensé que no hay bien alguno en la religión”.(19) Algunos visitantes
occidentales al viejo Tibet observaron los numerosos amputados que se veía. Ya que
era contrario a las enseñanzas budistas tomar la vida humana, algunos infractores eran
severamente azotados y luego eran “dejados a la merced de Dios” en la noche helada
para que murieran. “Los paralelos entre Tibet y Europa medieval son sorprendentes”,
concluye Tom Grunfeld en su libro sobre Tibet.(20)
Anna Louise Strong informa que algunos monasterios tenían sus propias prisiones
privadas. En 1959 visitó una exhibición de equipos de tortura que habían sido
utilizados por los amos tibetanos. Había esposas de todos los tamaños, incluyendo
pequeñas para niños, e instrumentos para cortar narices y orejas, y quebrar manos. Para arrancar los ojos, había un gorro especial con dos agujeros que era presionado sobre la cabeza de manera que los ojos aparecían a través de los agujeros y podían ser arrancados con más facilidad. Había instrumentos para cortar las rótulas de las rodillas y los talones, o para cortar los tendones de las piernas. Había hierros de marcar, látigos, e implementos especiales para destripar.

La exhibición contenía fotografías y testimonios de víctimas que habían sido cegadas o lisiadas, o que habían sufrido amputaciones por robo. Estaba el pastor cuyo amo le debía un reembolso en yuan y trigo pero que se negaba a pagar. Así que se apoderó de una de las vacas del amo, y haberlo hecho le cortaron las manos. A otro pastor, que se oponía a que el señor le quitara su mujer, le quebraron las manos. Había fotos de activistas comunistas a los que les habían cortado las narices y los labios superiores y
de una mujer que fue violada y a la que después le cortaron la nariz.(22)
El despotismo teocrático había sido la regla durante generaciones. Un visitante inglés a
Tibet en 1895, el doctor A. L. Waddell, escribió que la gente en Tibet vivía bajo la
“intolerable tiranía de los monjes” y las infernales supersticiones que habían
elaborado para aterrorizarla. En 1904 Perceval Landon describió el régimen del Dalai
Lama como “una máquina de opresión” y “una barrera contra toda mejora humana”.
Aproximadamente en esa época, otro viajante inglés, el capitán W.F.T. O'Connor,
observó que “los grandes terratenientes y los sacerdotes... ejercen en sus propios
dominios un poder despótico contra el que no hay apelación”, mientras la gente es
“oprimida por el más monstruoso engendro de monacato y de sacerdocio que el mundo haya jamás conocido”. Los gobernantes tibetanos, como los europeos de la Edad Media, “forjaron innumerables instrumentos de servidumbre, inventaron
leyendas degradantes, y estimularon un espíritu de superstición” entre la gente común.

En 1937, otro visitante, Spencer Chapman, escribió: “El monje lamaísta no pasa su
tiempo cuidando a la gente o educándola, ni los seglares participan o asisten a los
servicios del monasterio. El mendigo al borde de la calle no representa nada para el
monje. El conocimiento es una prerrogativa celosamente guardada en los monasterios
y es utilizado para aumentar su influencia y riqueza”.(24)